La psicología de la desinformación

Existe en cada época un conjunto de convicciones, creencias, sentimientos, principios aceptados o prejuicios fuertemente enraizados que, al ser tomados en conjunto, forman la opinión pública de un período de tiempo en particular (Dicey, 2007). La opinión pública que se le podría decir “el emisor”, genera impacto en el público, que le podríamos decir “el receptor”, dando como resultado que el público se convierta en un sujeto de opinión.

Toda opinión pertenece a la maravilla de la evolución que conocemos como “comunicación”. ¿Maravilla de la evolución? Si. Hace unos días celebrando nuestras Fiestas Patrias visité el Complejo Arqueológico de Pukará, donde Pablito, un poblador autóctono del lugar, nos hizo el recorrido por las ruinas que a simple vista me parecían “piedras bonitas”, hasta que por medio de su relato esas piedras obtuvieron otro significado, que proviene en este caso de la creencia ancestral de la población autóctona.

Pablito, el emisor, generó un gran impacto agradable en mí, la receptora. Yo ahora ya no veo esas “piedras bonitas” como sólo andenes, sino con el significado que Pablito me transmitió. Y probablemente yo transmita esa historia una y otra vez. Queda claro que la comunicación no sólo está compuesta por los protagonistas y el mensaje, sino también por las emociones, sentimientos, pensamientos y conductas contenidos en el proceso de la misma. Además, ésta siempre estuvo sujeta a un proceso de evolución, comenzando con la emisión de sonidos de los seres humanos de “tú a tú”, pasando luego por las pinturas rupestres, y nos encontramos ahora haciendo uso de las tecnologías, donde una publicación en una red social puede llegar de uno a millones e inclusive de manera personalizada.

Karolina Manrique Matos
Psicóloga

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